En el verano de 2019, mientras las pantallas de todo el mundo se llenaban de imágenes de los incendios en la selva amazónica, realicé un ejercicio de observación de los líquenes en el entorno de la laguna de Cuyabeno, en la Amazonía ecuatoriana. Me concentré en los márgenes, en lo pequeño, situando mi cuerpo a ras de suelo, a distancia de tronco.
Esta instalación recrea las condiciones medias de temperatura y humedad del Cuyabeno.
Este antijardín no pretende perpetuar los intentos de domesticación de los trópicos, ni es un teatro climático para contener una naturaleza sin misterio, desvelada, maravillosa, y sobre todo, útil al comercio y a la ciencia. Lejos de ese proyecto colonial, es un lugar para escuchar el clima con la piel y dejarse texturizar por la luz coloreada por los paisajes de líquenes.